sábado, 21 de junio de 2008

CAPÍTULO 4:

LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD

130…. Dios, que es Santo y nos ama, nos llama por medio de Jesús a ser santos (cf. Ef 1,4-5). 131. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una gran novedad. ... Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos vinculemos estrechamente a Él porque es la fuente de la vida (cf. Jn 15,5-15) y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). …los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación con Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro. Fue Cristo quien los eligió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo (purificarse, aprender la Ley…), sino para Alguien, elegidos para vincularse íntimamente a su Persona (cf. Mc 1,17;2,14). Jesús los eligió para “que estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc 3,14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él” y formar parte “de los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6,40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.

135. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5,29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10,13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1,40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cf. Lc 7,36-49; Jn 8,1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4,1-26).

Configurados con el Maestro

136. La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10,3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo... Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13,1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9,57).

137. El Espíritu Santo que el Padre nos regala nos identifica con Jesús-Camino,…con Jesús-Verdad, …con Jesús-Vida, …y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”.

138. Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano no puede dejar de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio, “reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13, 35).

139. En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias.

140. Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12,26). El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8,34)...

Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de vida

144. Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28,19; Lc 24,46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. …así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.

145....La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1,8).

146. Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos…cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.

147. Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores.

148. Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual.

Animados por el Espíritu Santo

150....El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4,13) y Pablo (cf. Hch 13 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (cf. Hch 13,2).

151.... El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en el servicio de la caridad [1] hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la estatura de su Cabeza (cf. Ef 4,15-16). ... Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida por la labor de la Iglesia que, con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo” (1Pe 1,12), continúa la misión que Jesucristo recibió de su Padre (cf. Jn 20,21).

152.…los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (cf. Gal 5,25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18-19). 153. Esta realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que también, a través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica.



[1] He aquí explicitada la triple ministerialidad del DP. Cf. OOPP para el DP 2006, nn. 9-12;30; 45ss.

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